La Primera Mirada
Por María Luisa Capella
"Un día el viento se levantó malhumorado y sacudió el polvo de la Tierra. Este viento se hizo vendaval y borrasca y empujó a unos españoles elegidos hacia la gran puerta que mira al mar y las estrellas. Por allí salieron los españoles del éxodo y del llanto" (León Felipe).
Así, estos españoles - para usar las palabras de Enrique Díez-Canedo- salieron "perseguidos por la sombra de Caín, de seculares odios armada". Esta muchedumbre de soledades venía entonces, con la mirada empañada por el polvo del combate, por la sombra de Caín y por el llanto que produce la ausencia.
A dos años del inicio de la guerra, miguel Herández finaliza así un poema: "Es sangre, no granizo lo que azota mis sienes/ ... sangre donde se puede bañar la muerte apenas/ fulgor emocionante que no ha palidecido, I porque lo recogieron mis ojos de mil años", como lo recogieron los ojos de tantos y tantos españoles que vinieron a estas tierras y que hoy, transcurridos cincuenta años, mantienen todavía en las pupilas, por muy justificadas razones. Traían, pues, los ojos empañados que se deslumbraron muchas veces, pero empañados al fin. Cuando uno sale de su entorno tiene, por fuerza, que enfocar la mirada. Yo, ustedes, todos nosotros, cuando sal imos del entorno tenemos, que enfocar la mirada para que nos quepa el paisaje en ella. Los españoles, al llegar a tierra extraña -generosa, afable, con los brazos abiertos y que al paso de los años sería parte esencial de la piel, pero en un principio, qué duda cabe, tierra ajena- tuvieron también que enfocar la mirada.
¿Y cuáles fueron las dificultades para que se hiciera más clara la imagen?
Cuando uno escucha los testimonios de los exiliados españoles, no importa si es un artista el que habla, o un médico o una costurera, un librero o un agricultor, en general, coinciden en varias cosas. Todos coinciden en que no tenían una imagen definida de lo que era México: que si Hernán Cortés, que si Pancho Villa, que si la ayuda recibida durante la guerra civil, que Cárdenas y la expropiación petrolera; que el Popocatépetl o el lztacíhuatl, "porque me costó mucho trabajo aprender a decirlo", que si sarapes, que si cananas. Nada. Constatación del desconocimiento profundo que desde el 98 tiene España de la realidad iberoamericana. La mirada había estado de espaldas al país que llegaban. Más difícil aún enfocarla. No hay que olvidar además que el desconocimiento da lugar a prejuicios o a historias distorsionadas, para bien o para mal.
Por otra parte, a estas dificultades hay que añadirle el enorme número de personas que conformó esta emigración: sus ra íces, sus procedencias, sus profesiones y sus filiaciones políticas. Ya cerradas las puertas de la península, para fines de los cuarenta los exiliados empezaban a sentirse dueños de la Ciudad de México (no hay que olvidar que este exilio fue fundamentalmente citadino}, pero creando otras Españas. No sólo se fundaron casas de cultura o de educación, no sólo contribuyeron a enriquecer el trabajo editorial o el medio universitario o, de manera a veces importante, la industria. También se organizaron a su alrededor ambientes recreativos que repercutieron en toda la ciudad. Alguien dijo alguna vez, quizá en forma exagerad, que "resulta difícil imaginar un solo campo de la vida mexicana que no haya sido afectado de una u otra forma por los republicanos españoles".
Pero la razón más importante que dificultaba la nitidez de la imagen es lo que el maestro Sánchez Vázquez ha expresado tan bien en el texto titulado Fin del exilio y exilio sin fin, que es estar en vilo, sin tocar tierra que tiene como consecuencia la ceguera para lo que les rodea. "Sus ojos ven y no ven: viendo esto ven aquello; mirando el presente ven el pasado". Esta idea tan verídica ha quedado plasmada en innumerables poemas como en los de Juan José Domenchina al que - según Luis Rius- "el destierro lo convierte en sombra y, congruentemente con ello, el mundo que habita se ha tomado incorpóreo•. "Mis plantas, dice Domenchina, estas plantas de impreciso paso sin huella, errantes por el suelo . . . Ayer anduve firme y no suelo sentirme las pisadas cuando piso". Si no se escucha la voz, ni se siente la pisada, menos podrá enfocarse la mirada.
Es lo mismo que le hace decir a Juan Rejano: "No vivo en ti, no vivo en mí, no vivo/ sino ardiendo entre llama y luz de ausencia, / presente sobre el tiempo y la importancia/ de esta raíz que tiene el ser cautivo•.
Moreno Villa se dice a sí mismo, le dice el desterrado: "Eres tú quien quedó más allá de las aguas/nunca más te verás/ y no viéndote no sabrás decir/y quien no dice es como llama muerta". Lo que dificulta la nitidez de la mirada es el miedo a "Morir en tierra extraña" porque "mueres en otro, no en ti mismo".
Es difícil enfocar la mirada entonces porque "Te está mirando, aquí, tu sorprendido vivir que, allá, guardándose, escondido, sale de noche". No es fácil, porque este sol que los abrasa, no los alumbra , porque su modo de no ser no se acostumbra.
O dicho todavía más claramente por el mismo R.ejano en otro poema: "Aquí, lejos muy lejos, sin raíz y sin luna, desarbolado, ciego". Además de enfocar la mirada, había que hacer muchos ajustes. Tal como ha dicho José Antonio Matesanz al referirse a este tema: "Hubo un enorme descubrimiento, una gozosa y gran sorpresa; La li.sta de cosas mexicanas que les llamó la atención es larga y curiosa y por sí sola conforma uno de los capítu los más interesantes de este descubrim iento mutuo: junto a los paisajes y los rostros mexicanos, los mexicanos, los nombres, los diminutivos, las formas peculiares del español en boca mexicana, los ademanes y los gestos, las frutas, los edificios, las formas de relación, las costumbres, las canciones, las sensibilidades, la comida, la actitud ante la muerte, los amigos mexicanos, las azoteas, las librerías, los tianguis, los indios y tanta y tantas cosas más". De la comida, por ejemplo Rejano decía: "Uno no se explica bien, al llegar a este país, esta devoción casi supersticiosa por el picante".
Del lenguaje, ni qué decir, porque hay un estilo, incluso mental que usa otra técnica. "Ese munnullo, tímido, distinguido y digno", según Jorge Guillén, "con un acento diferente pero en la misma lengua•. ¡Qué contradictorio• A Rejano le parece que algunas palabras aquí en México han pasado por un ejercicio de ablandamiento, que han madurado como frutos y destilan un jugo meloso. Y a León Felipe le hace decir ante la sordera de Dios: " . . . no le hablas con la voz a él le gusta/ tú gritas mucho/ Y a Dios como a los mexicanos no les gusta que le hablen golpeado/ Modérate, modérate, León Felipe y habla más bajo . . .". O a una maravillosa exiliada andaluza, que a cincuenta años de exilio mantiene el mismo acento y explica: "Pero si yo he venido a México a vivir, no a aprender a hablar". Había, sin embargo, que ajustarse y decir chícharos en lugar de guisantes, papas por patatas, cubeta por caldero, ejotes por judías verdes, duraznos por melocotones y zacate por estropajo. Y mejor aún: zacatito.
¿Y por qué tanta dificultad? ¿Por qué no cejan estos tercos defensores de sus sueños? ¿Por qué no se avienen a olvidar los perfiles de su tierra? Tal vez porque, como dice Moreno Villa de sí mismo "porque temo dejar de ser/ si me olvido de llo mío".
La historia es vertiginosa, intensa, llena de contradicciones y laberintos. Pero, al fin y al cabo, en esta historia se pasó del asombro a la integración,, al conocimiento real de personas, voces y cosas y poco a poco se desempeña la mirada. A veces enfocar tarda su tiempo, años.
Y al paso de los años, entre las conmociones de la Segunda Guerra Mundial y el desarrollo económico de México, de acuerdo con un modelo capitalista, con la reafirmación de la dictadura en la Península Ibérica, el proceso de integración se fue dando de una generación a otra. Los que nacimos aquí ya vimos, al nacer, el perfil delineado de los volcanes, aunque de vez en cuando, a unos más a otros heredado. Y una y otra vez esas primeras miradas vuelven a nosotros no sólo para iluminar nuestras conciencias sino para recordamos el inicio de una epopeya íntimamente ligada a la historia del México contemporáneo.
Al paso de los años, la mirada logra afinarse corn mayor y mejor nitidez (que no quiere decir que estos españoles tengan que sentirse mexicanos, aunque a los mexicanos en la piel). La mirada logra afinarse y de todo este proceso surgen testimonios como éste, con el que quiero terminar: "México nos ha dado amplitud, libertad, anchura iinterna; nos ha hecho saber que el mundo no es fronteras, sino que es inmerso y que uno pertenece a ese mundo". Por ello todos ellos coinciden en que la palabra gratitud es insuficiente.
Texto publicado en Omnia, revista de la Coordinación General de Estudios de Posgrado de la UNAM. Núm. 17.